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De Gotas de ajenjo (5) - ZaunköniG - 21.08.2010 De Gotas de ajenjo IV En las tardes brumosas del invierno, cuando el sol taciturno, paso a paso va cayendo en las sombras del ocaso como envuelto en las llamas de un infierno, abro las mustias alas y me cierno por la infinita bóveda al acaso, falto de luz y de vigor escaso, presa de las nostalgias de lo eterno. Y subo, subo, y cuando el ojo mío descubre entre los velos de la noche mi supremo ideal, en el vacío una mano brutal mis olas cierra y caigo... sin una ¡ay! sin un reproche, sobre el fangal inmundo de la tierra. XIII Te di el perdón y te alargué mi mano; tú me juraste redimirte, al verte libre de Mal, y lejos de la Muerte y de la podre del comercio humano. Te salvé del abismo, del insano foco en que te podrías como inerte piltrafa en feria; trastoqué tu suerte, sin ambición, sin interés liviano. ¿Y has caído de nuevo en el pantano; y a pedirme perdón vienes ahora? ¿Y otra vez vienes a jurar en vano? ¡No más disculpas de ocasión murmures! ¡Llora, sí, llora mucho! ¡Llora, llora! Y ven, si quieres... pero nada jures. XV El hombre engendra al hombre; da la vida (es decir: la inquietud, la pena, el llanto) en un espasmo lúbrico, y, en tanto, la sociedad lo aplaude complacida. El hombre mata al hombre; el homicida da el consuelo: la paz del camposanto; y la ley le persigue... y, con espanto, la sociedad repúdialo ofendida. Si el ser que nace es presa del quebranto, y el que muere por fin descansa inerte... este problema hasta el Creador levanto: ¿Quién es más criminal (que Dios decida) aquél que, ciego y loco, da la muerte...? ¡o, aquél que, impuro y cuerdo, da la vida! XVI Cruzó como un relámpago el vacío, bajo el trémulo palio de las frondas; y cayó, de cabeza, en pleno río, destrozando el espejo de las ondas. Tres veces resurgió su cuerpo impuro -su cuerpo encenegado en la molicie- y otras tantas hundióse en el oscuro fondo, bajo la rota superficie. Después... flotó el cadáver en el agua, en donde el sol, al expirar, ponía el último reflejo de su fragua. ¡Y el cadáver se fue... con las abiertas pupilas asombradas...: lo seguía un callado cortejo de hojas muertas! LXI Blanco velo que al mármol importuna, flota sobre la frente inmaculada y tersa de la virgen desposada, como un vago crepúsculo de luna. Sutil como las gasas de la cuna de la niñez que duerme sosegada, y luego cual la niebla aletargada sobre el glauco cristal de la laguna. ¡Calma, oh novia, tu ardor, calma tu anhelo, y expira, antes que alumbre el nuevo día marchita tu inocencia -¡flor de cielo! ¡Y en vez de aquella toca tan sombría que ponen a las muertas, aquel velo lleva intacto a la tumba negra y fría! |