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El prisma roto (29) - ZaunköniG - 28.08.2010 El prisma roto Poema en églogas (Original composición en sonetos) Símbolos EL AMADO. LA AMADA. LAS VENDIMIERAS. EL POETA. EL VALLE. LAS MONTAÑAS. LA MUSA. EL AMADO Hero, Laura, Julieta, Margarita, Ideal..., yo no sé tu nombre; pero sé que debes llegar, y en le sendero velan todas mis ansias, Virgencita. Los amigos se mofan de mi cuita; mas yo, que tengo fe porque te quiero, les respondo: -¡Hace tanto que la espero! ¿Cómo no ha de acudir a nuestra cita? Sin que el fuego del cielo me acobarde, atalayando el horizonte vivo desde que sale el sol hasta la tarde, y al cerrar, ya de noche, mi ventana, murmuro, resignado y pensativo: -Hoy no pudo venir. Será mañana... EL AMADO Y te acercas por fin cuando, temprana, la luz llueve su rosa en los alcores, y al mirarte venir cantan diana los pájaros, las fuentes y las flores. ¡Si supieras! Mañana tras mañana, sin temer del invierno los rigores, salían a esperarte a la ventana como novias inquietas, mis amores. LA AMADA ¡Cuánto tardo en mirarte! Los abrojos atormentan mi paso, dulce sueño, y siento de llegar tales antojos, que por verte más pronto, con empeño delante de mis pies corren mis ojos, delante de mis ojos va mi sueño. EL AMADO Cual rayito de sol, tibio y riente, penetra tu mirar hasta mis huesos, y su lumbre disipa todos esos presagios de terror que hay en mi mente. LA AMADA Cual bandada de palomas impaciente, como enjambre de párvulos traviesos, del nido de mi boca huyen mis besos al cielo misterioso de tu frente. EL AMADO ¿Ves? Ya tiembla la luz en las montañas; ¿son acaso tus ojos dos sibilas que me anuncian el sol? ¿Por qué lo extrañas Muy pronto en nuestras pláticas tranquilas verás anochecer en mis pestañas, verás amanecer en mis pupilas. EL AMADO Ya estoy en tu regazo. ¡Qué serenos me contemplan tus ojos! ¡Cuán me inundas de amor! ¡Qué bien reposo en la rotundas y blancas almohadas de tus senos! ¡Qué bien parlan tus labios, siempre llenos de ternura y de vida! ¡Que coyundas tus risas, y tus ósculos que buenos! LA AMADA Ven, amigo, ya es hora del cariño; la noche con su arcano me provoca, mi cuerpo se estremece y te desea... Ven, amigo, desata mi corpiño... Ven, abreva en el cáliz de mi boca. EL AMADO ¡Oh, mi noche de amor, bendita sea! EL AMADO Vendimieras rollizas os conjuro por lo que más améis... Otro momento dejadla reposar en su aposento de cañas y de arcillas, inseguro. Muy ardua fue la noche... Amor es duro velador, y la sombra su elemento. ¡Qué duerma! No golpeéis con ritmo lento la frágil palizada de su muro. ¡Dejadla reposar, caterva amiga! Así el buen San Isidro hinche la espiga, os dé para la Pascua novios fieles, cuaje toda heredad de oro opimos, y de néctares nutra los racimos y de vino sabroso los toneles. LAS VENDIMIERAS ¡Dejémosla dormir! Acaso en breve nuestros novios acudan a la cita, y en cortejo vayamos a la ermita coronadas de pétalos de nieve. EL AMADO Dejadla, por piedad, que el sueño pruebe: furtivo es el placer, lenta la cuita; mañana os seguirá de mañanita por collados y oteros su pie leve. EL POETA Retirándose van las vendimieras en medio de los oros de las eras; y se pierden, por último, a lo lejos, el eco pastoral de sus canciones. El azul de sus luengos pañolones y el rojo de sus vivos zagalejos. EL POETA Puebla el aire la voz de la campana, enciéndense los tules de la aurora, y el capuz de la niebla se colora y el rumor de los nidos se desgrana. Entintada de rosa la fontana espereza su linfa arrulladora, y el sol, como una gema ignicolora, se prende en el azul de la mañana. Al soplo de las auras estivales, erizan crepitando los maizales su airón de seda roja en el barbecho cuajado de topacios y amatistas... Amiga, es hora ya de que te vistas: la luz juega en las ropas de tu lecho. LA AMADA ¿Palpé la realidad o desvarío? ¿Es cierto que al amparo de la noche, mi cáliz virginal abrió su broche tremulante de gotas de rocío? ¿Es verdad que te he dado mi albedrío? ¿Verdad que de vivir hice derroche ayer, y sin cautela y sin reproche fui presa de tus brazos, dueño mío? EL AMADO ¡No intentes definir con loco empeño tus instantes de dicha transitoria: que, ante el hondo misterio del pasado, lo mismo son las dichas que su sueño, lo mismo es de un bien cierto la memoria que el recuerdo de un bien solo soñado! LA AMADA Amado, ya me voy. Bebí tu vino, a tu mesa comí, puse a tus lares las primicias de Abril: miel, azahares y nenúfar del lago cristalino. Tiempo es ya de que cumpla mi destino; me aguarda el humo azul de mis hogares. EL AMADO ¡Dios bendiga tus años si tornares! Anda en paz y no olvides el camino. LA AMADA Por julio tornaré, cuando en las lomas se besen, zureando, las palomas, y enrojezcan las tardes como fraguas, Y fulguren las rubias maravillas y broten las moradas tempranillas y se anuncien los truenos de las aguas. EL AMADO Escucha: si al tornar, a los confines del predio no salí para besarte, ni corren jubilosos a encontrarte, meneando la cola, mis mastines, ni inquieras, ni preguntes, ni festines los ecos a tu voz; déjame y parte. Dormiré, fatigado de aguardarte, al abrigo del soto de jazmines. Dormiré para siempre... No me llores; entre flores nací, yazgo entre flores, y encontré, más dichoso que los sabios, que es amable y fecunda la existencia si se lleva un fulgor en la conciencia y una gota de miel entre los labios. LA AMADA Arroyo de cristales bullidores que finges, al correr entre las gramas, hidra inmensa de nítidas escamas, clarosonante ruta de colores; campiñas en que vagan los olores del anís, del tomillo y las retamas; nidos que desgranáis entre las ramas vuestros trémulos cánticos de amores: sabed que soy feliz, pues fui querida; que en una hora de amor viví una vida, y que a todos los vientos que encontrare un mensaje daré para el Amado: «¡Oh, viento, gran suspiro perfumado, olvídeme de mí si le olvidare!» EL AMADO Fatigaré para seguir tus huellas el mundo, de hoy es más eriazo y frío, y oréis, hoscas montañas, valle umbrío, el clamor de mis lánguidas querellas. En las noches de abril, mansas y bellas, levantando mis ojos al vacío: -¿Habéis visto a la que ama el pecho mío?, preguntaré llorando a las estrellas. Y piadosos el valle y las montañas, conociendo mis íntimos dolores, y movidos tal vez de mi quebranto, me dirán con la voz de sus entrañas: -¡Vas a ver cómo vuelve! Ya no llores. Y yo responderé: -¡La quiero tanto! EL VALLE (Al AMADO.) ¡Qué sé yo de tu mal! Callo y germino bajo todas las vidas y dolores; mis solos pensamientos son las flores y las matas que huella el peregrino... Mortal, ¡qué se me da de tu destino! Mortal, ¡qué se me da de tus calmores! Ven, ahoga en mi seno tus amores: de tu carne haré rosas del camino. Ven a mí, ya no robes a Deméter sus jugos y su fósforo, ni al éter los gases de tu cuerpo. Ven inerte a yacer en mi túnica inconsútil. El hombre, cuando vive, es menos útil a la eterna creación que cuando duerme. LAS MONTAÑAS (Al AMADO.) ¡Oh, mortal! Es en vano que renueves tus suspiros, tus quejas y tus rimas: glaciales somos, ¡ay!, cual nuestras cimas hopadas in aeternum por las nieves. ¡Oh, cuánto yerras si a esperarte te atreves que con tus pobres cantos nos animas! No podremos mezclar, aun cuando gimas, una gota de miel al mal que pruebes. Arrugas milenarias del planeta, guardamos un enigma en cada grieta, que el rayo con fulgores instantáneos nos logra penetrar; y siempre mudas nos hallarás , de compasión desnudas, rasgando el cielo azul con nuestros cráneos. LA MUSA I ¡Ah! ¡Tú ya me desdeñas! No te mueve la pena sin medida que me embarga, y tu cruel desamor halla muy larga la vida que mi sueño halló tan breve. ¡Quién habrá que los éxtasis renueve de un amor que fue vuelo y que hoy es carga, de un amor que fue miel y que hoy amarga, de una amor que fue llama y hoy es nieve! ¡Y pensar que en las noches invernales, cuando enfermo, sin fe, sin ideales, lamentabas del sino los excesos, enjugué de tu llanto el mar salobre, partí tu duro tálamo de pobre y sollozando te arropé en mis besos! II Como madre que vela y se consume contemplando la cuna de su niño; como garza que arropa en el armiño de su blando plumón al hijo implume; como hábil hortelano que resume su esfuerzo en un botón que pide aliño, el capullo celé de tu cariño por ver si daba flor y era perfume. Que lo digan la rosa y los claveles, que lo digan las dalias de caireles matizados, la fucsia y la violeta... ¡Y todo para qué! ¡Para que un día otros labios bebieran ambrosía en el lirio ideal de mi poeta! EL AMADO ¡Basta, Musa, consuélate, no llores! ¿Quién osara decirte, dueño mío, que pagó tus piedades con desvío deshojando tus flores y mis flores? Hombre soy y me rindo a los amores; mas enlazo a las dos en mi albedrío, como enlazan dos márgenes de un río, como enlaza un matiz a dos colores. Ya no penes, por Dios: en giro ledo ven a mí como ayer, y sin agravios con ósculo de paz mi boca sella. LA MUSA No, no quiero acercarme; tengo miedo de hallar, trémulo aún entre tus labios, al quererte besar, el beso de ella... EL AMADO Si vieras a mi novia, holgando quejas envidiaras el ímpetu inseguro que la humilde parásita del muro que sube a darle flores a su rejas. es tan linda que tú te la asemejas; hechizo es su mirar, su voz conjuro, y geranio de olor su aliento puro y pétalos rizados sus orejas. De sus labios destilan ricas mieles, son aleros de seda sus pestañas, y tiene en sus mejillas tentadoras los perfumes de todos los vergeles, las frescuras de todas las montañas y las rosas de todas las auroras. LA MUSA Y yo... ¿no soy hermosa? ¡Quién resiste a mis ojos! Mis ojos, bien amado, son dos lotos de cáliz azulado que tiemblan sobre un mar sereno y triste. Mi cabello es un haz que se reviste del más bello matiz tornasolado; mis cejas son dos alas que han posado su vuelo sideral cuando las viste. Mis labios, exquisitos cual manjares de la mesa del rey, cantan ufanos los versos del Cantar de los Cantares; dos tréboles de nácar son mis manos; mis senos, dos colinas de azahares; mis pies, dos leves párvulos hermanos. EL AMADO Amiga, es la verdad: nadie pregona sus encantos mejor; tu frente brilla como un orto de sol; tu faz humilla la belleza ideal de una madona. Tu amor es mi angustia y mi corona, mi cielo está en tu rostro sin mancilla; pero ella es la mujer de mi costilla, mi dómina, mi carne, mi varona. Eres alta, ella humilde; tú eres astro, ella solo mortal; mas cuando arrastro la cruz de mi pasión, mientras tú sueñas, ella, en pos de mi Gólgota bendito, me sigue como humilde corderito, dejando su toisón entre las breñas. LA AMADO Perfuman las mandrágoras: las flores se yerguen titilantes de rocío, y esmaltan sementeras y baldíos como estrellas de vidrios de colores, la caterva riente de pastores aléjase jovial del caserío, 285 a la vera del púber sembradío donde cuaja la espiga sus primores. Ya llegan del portal a las ruinas, piando de placer, las golondrinas; ya procuran las garzas los ribazos; ya vuelve el pato azul a los juncales, ya regresa el gorrión a los trigales, ¡y yo torno, mi bien, hacia tus brazos! EL AMADO Mientras tú estabas lejos del Esposo, fue perenne espejismo del sentido tu nombre, que es arrullo en el oído y en los labios almíbar deleitoso. A causa del aroma delicioso que tienes en los labios escondido, tu nombre es un aroma difundido por las alas del viento nemoroso. ¡Oh!, vuelve a mí; te aspiraré anhelante cual saquito de mirra perfumada, Sulamita gentil (aunque morena por que el sol ha mirado tu semblante). Ven a mí: ya te aguarda en la majada, modulando sus églogas mi avena. EL AMADO I Mujer, ¿bajo qué luz, bajo qué prisma amé tus ojos y seguí tu huella, que hoy, rota la ilusión, eres aquella y eres otra a la vez, en raro cisma? Contradicción humana que me abisma, sarcasmo formidable de mi estrella... Fuiste luz y eres noche... Fuiste bella y eres sombra tan solo de ti misma. Soñé que te quería en un remoto paraíso de amor; pero ya roto el encanto mirífico, despierto, y encuentra por su mal el alma esquiva una pobre mujer, ardiente y viva, y un ensueño de amor, helado y muerto. II ¡Corazón, corazón, tú que blasonas de la gloria de amar..., amaste en vano!... Era carne no más, era gusano la sien que circundaban de coronas. ¿Por qué lates, qué buscas, qué pregonas? Amor es fuego fatuo de pantano. Ven, maldice el amor, como el enano nibelungo en las fábulas teutonas. Ven, maldice el amor. Petrarca, Dante, Tasso, Shakespeare, Musset, ¡oh, cuán distante estaba la mujer de vuestra meta! A la mujer divinizasteis, pero como Job del infecto estercolero, surgió siquiera incólume el poeta. LA AMADA Nubes, auras, perfumes, tarde umbría, valles, montes de azur..., por donde fuere os irá preguntando el alma mía: Decid, ¿hay duelo igual al que me hiere? ¡Mi amor, mi solo bien, fue luz de un día: surgió, brillo.. tramonta y se me muere! El amigo que tanto me quería y a quien tanto adoré ya no me quiere... Su numen me vistió de resplandores, sus estrofas cantaron mi belleza, su joven fantasía me dio galas; mas pasó la ilusión como las flores, y he aquí que languidezco de tristeza de ya no poseer iris ni alas. EL AMADO (A la MUSA.) Vuelvo a ti con ternuras infinitas en demanda de paz; está cansado mi báculo de haber peregrinado en pos de amor y recogiendo cuitas. Tú sola ni te vas ni te marchitas; tú sola eres verdad, ¡oh dueño amado! ¡Vieras!, ya nada tengo... he deshojado con fiebre de placer mis margaritas. Ampárame y alivia mis congojas; en mi vida sin fe caen las hojas y ni un pétalo queda ni un retoño. Te dejé con el alma en primavera, y torno a tu regazo con la austera tristeza de las tardes del otoño. LA MUSA Pena, pena; tus lágrimas apura y redímete así, pues que quisiste trocar a la mujer, que es carne triste en Beatriz de tu vida: selva oscura. La mujer es la carne que fulgura con fulgor de ilusión, mientras resiste. Después..., ido el fulgor sólo persiste el dedo del pecado y de la hartura. Llora, llora tu sueño hecho pedazos, y luego ven y duérmete en mis brazos; yo soy la sola esposa que no hastío, yo soy la flor nunca marchita. Hero, Laura, Julieta, Margarita: ¡yo soy! ¡Ven a las nupcias, dueño mío! EL AMADO ¡Oh mi reino interior, refugio abierto a todos los cansancios! Te columbra a lo lejos mi mal, como vislumbra la angustia de los náufragos un puerto. Agar abandonada en el desierto, bajo un sol que abochorna y que deslumbra, ¡mi espíritu soñaba en la penumbra deleitosa y tranquila de tu huerto! No más vida exterior: ámenla otros. Ideal estás dentro de nosotros y en mi mente inmortal veré tus huellas. Pedí cielo y estrellas al abismo, y halle, tras largo viaje, que en mí mismo llevaba sin saber cielo y estrellas. ENVÍO A ti, que con un ímpetu que asombra caminas hacia Dios, tu eterno dueño, y vives en el Sueño como un sueño y en la sombra te duermes como sombra: Por tu labio que a Cristo solo nombra, y tu carne que sangra en duro leño, y tus pies abnegados cuyo empeño es hallar muchos cardos por alfombra; a ti, vaso de amor y de tristeza que ves en el martirio una grandeza más alta que las nubes y las cimas; a ti, Santa, mi numen te dedica este libro que al Sueño glorifica con la gloria inefable de las rimas. |