21.08.2010, 12:50
¡Agucé mis ternuras hasta vivir de hinojos
a sus plantas, en éxtasis: tal fue mi idolatría
sin ver más luz que el lampo divino de sus ojos,
ni ansiar más gloria que una: llamarla mía, mía.
Un pescador la extrajo del agua el otro día.
La vi... Y entonces tuve frenéticos antojos
de ceñirme a su yerta carne por si podía
animar el turgente mármol de sus despojos.
Me contuvo un amigo... el más amado: un hombre
cuyo nombre me callo... porque no importa el nombre.
-No te enloquezcas -dijo- ya que no fuiste experto:
esa mujer que serte constante y fiel juraba,
te engañaba conmigo, y, oye: nos engañaba
con otro... ¡y por ese otro, es por quien ella ha muerto!
a sus plantas, en éxtasis: tal fue mi idolatría
sin ver más luz que el lampo divino de sus ojos,
ni ansiar más gloria que una: llamarla mía, mía.
Un pescador la extrajo del agua el otro día.
La vi... Y entonces tuve frenéticos antojos
de ceñirme a su yerta carne por si podía
animar el turgente mármol de sus despojos.
Me contuvo un amigo... el más amado: un hombre
cuyo nombre me callo... porque no importa el nombre.
-No te enloquezcas -dijo- ya que no fuiste experto:
esa mujer que serte constante y fiel juraba,
te engañaba conmigo, y, oye: nos engañaba
con otro... ¡y por ese otro, es por quien ella ha muerto!